
Por Julio Ovalle . Dirigente social de la línea noroeste y miembro de la Articulación Nacional Campesina .
La historia de un país no solo se escribe en los libros; se forja en las calles, en la voluntad colectiva de su pueblo y en los momentos donde la ciudadanía decide alzar su voz para reclamar lo que por derecho y por conciencia le corresponde.
La marcha del pasado 27 de abril hacia el Parque Independencia fue mucho más que una conmemoración; fue una reafirmación contundente de que la unidad popular es el antídoto más eficaz contra el odio y la intolerancia.
Durante demasiado tiempo, sectores racistas, de ultraderecha, nacionalistas excluyentes y neofascistas han intentado imponer, mediante la intimidación y la fuerza, un relato único y una falsa homogeneidad sobre lo que significa ser dominicano. Su estrategia ha sido clara: silenciar cualquier voz de disenso, impedir cualquier movilización en defensa de los derechos humanos —tanto de la población local como en solidaridad con otros pueblos— y crear un clima de miedo que paralice el progreso social. Se habían erigido en los autoproclamados guardianes de una patria estrecha y excluyente.
Sin embargo, algo cambió el 27 de abril de este año 2025, La confluencia masiva y diversa de ciudadanos y ciudadanas conmemorando el 60 aniversario de la Revolución de Abril de 1965 logró lo que parecía imposible: poner a estos grupos en franca retirada y defensiva. La fuerza del número, la convicción pacífica y el propósito común demostraron que su poder no era más que una fachada bullanguera que se desvanece ante la determinación organizada de la gente. El hecho de que, desde entonces, no hayan vuelto a levantar cabeza con la misma impunidad de antaño es sintomático. No es que hayan desaparecido, sino que su mito de invencibilidad ha sido quebrado.
Esta jornada adquirió, por tanto, una doble dimensión histórica. No solo honró el legado de aquellos que lucharon por la democracia y la soberanía en 1965, sino que ella misma se convirtió en un nuevo hito en esa misma lucha. Marcó un punto de inflexión, el comienzo de la derrota de los sectores más retrógrados y conservadores que históricamente han pretendido secuestrar el futuro de la nación para encerrarlo en un cascarón de intolerancia.
La lección es clara y esperanzadora: el camino para avanzar como sociedad es la unidad. La unidad de todos aquellos que creen en una República Dominicana plural, solidaria, respetuosa de los derechos humanos y con una vocación de justicia social. La marcha demostró que cuando se dejan a un lado las diferencias secundarias para converger en los principios fundamentales, se puede hacer retroceder la ola de oscurantismo.
El desafío ahora es mantener esa unidad y esa energía. No se puede bajar la guardia. La conmemoración de abril debe transformarse en una agenda constante de trabajo, propuesta y vigilancia ciudadana. Que el 27 de abril no sea recordado solo como un día de triunfo, sino como el faro que iluminó el camino a seguir: un camino de inclusión, de memoria histórica y de firme defensa de los derechos de todos. La unidad, como quedó demostrado, es nuestra mayor fortaleza y la ruta inexorable para avanzar.