¿Diálogo, Democracia y Derechos Humanos? La Cumbre de las Américas que Silencia a las Voces Incómodas

Por: Anny Minerva Jazquez Reyes


El Caribe como escenario de una paradoja
En el cálido Caribe, bajo el sol de República Dominicana, se levanta el escenario para una nueva Cumbre de las Américas. El lema oficial resalta valores como la seguridad, el diálogo, la democracia y los derechos humanos. No obstante, más allá de la retórica institucional, el evento ha despertado debates en torno a su coherencia y alcance real.
Hablar de democracia en la región parece, a primera vista, una promesa luminosa. Sin embargo, distintos sectores sociales y políticos han señalado una contradicción evidente: la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua de la convocatoria.
Esta exclusión, más que un simple detalle organizativo, evidencia las tensiones históricas de un sistema internacional que continúa reproduciendo jerarquías políticas y culturales. Una cumbre que, en teoría, busca unir a las Américas, termina reflejando sus fracturas más profundas; y al dejar fuera ciertas voces, se debilita el principio mismo de pluralidad que dice promover.
Un diálogo sin disidencia no es diálogo
¿Qué tipo de diálogo puede existir cuando se levantan muros en lugar de puentes?
Un verdadero diálogo como lo entienden los feminismos latinoamericanos y caribeños solo puede construirse cuando se escuchan las voces disidentes, las que denuncian, las que reclaman justicia y las que imaginan otros mundos posibles.
Excluir a tres naciones hermanas porque no encajan en el molde político dictado desde el norte no es promover el diálogo; es imponer un monólogo.
La Cumbre repite así la vieja práctica colonial: silenciar al que cuestiona, castigar al que resiste y premiar al que obedece.
Democracia: Secuestrada
La democracia no puede limitarse a elecciones ni discursos oficiales.
Es democracia cuando hay igualdad sustantiva, justicia social, acceso a derechos sexuales y reproductivos, y soberanía popular.
Resulta cínico que República Dominicana, país anfitrión, asuma el papel de juez moral cuando arrastra profundas deudas democráticas: la violación sistemática de derechos de migrantes haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana, la impunidad ante la violencia estatal, y la negación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y niñas.
¿Cómo puede hablarse de democracia en un país donde el aborto sigue penalizado en todas sus causales, donde las niñas violadas son obligadas a parir, y donde los feminicidios siguen cobrando vidas cada semana?

Derechos Humanos con nombre y cuerpo de mujer
Excluir a Cuba, Venezuela y Nicaragua es también una violación a los derechos de sus pueblos a ser representados y escuchados. Los Derechos Humanos no pueden ser selectivos ni ajustarse al gusto de las potencias.
Una agenda verdaderamente hemisférica debería abordar las violencias estructurales que atraviesan toda la región:
la feminización de la pobreza,
la crisis climática que afecta especialmente a mujeres rurales y costeras,
la trata de personas y explotación sexual,
y la brecha salarial y política que aún margina a millones de mujeres y diversidades.
Mientras las élites se reúnen en hoteles de lujo, las mujeres del Caribe y de Abya Yala sostienen la vida en los barrios, en las comunidades, en los campos, tejiendo resistencias y creando democracia desde abajo.
Liderazgos que apuestan por la coherencia
La decisión de Claudia Sheinbaum y Gustavo Petro de no asistir a esta cumbre excluyente representa una bocanada de dignidad política.
Demuestra que otro tipo de liderazgo es posible: uno que prioriza la autodeterminación de los pueblos, la soberanía regional y la solidaridad feminista frente al mandato imperial.
Desde el Sur Feminista, entendemos que el diálogo solo tiene sentido si es interseccional, si reconoce las desigualdades históricas, y si pone en el centro las vidas, cuerpos y territorios de quienes han sido históricamente silenciadas.
Las voces que no se rinden
Esta Cumbre de las Américas, bajo el disfraz de los derechos humanos, repite la vieja narrativa del poder patriarcal, colonial y económico que decide quién puede tener voz.
Pero fuera de sus salones, crece otro tipo de democracia: la que se construye con empatía, justicia, cuidado y rebeldía.
Las voces feministas, populares y comunitarias no necesitan permiso para hablar: ya están escribiendo la verdadera historia del continente, desde abajo y con las manos llenas de dignidad.

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